La esposa infiel
 
Estaba una señorita

Sentadita en su balcón,

pasó por allí un soldado

de muy mala condición

y la dijo: --Señorita,

con usted durmiera yo.

--Suba, suba, caballero,

dormirá una noche o dos,

que mi marido fue a caza

a los montes de León,

y para que acá no vuelva

le echaremos maldición;

cuervos le saquen los ojos,

águilas el corazón,

se caiga de un risco abajo

y muera sin confesión.

Al decir estas palabras

su maridito llamó.

Ábreme la puerta, luna,

Ábreme la puerta, sol,

Que te traigo un conejito

De los montes de León.

Al bajar las escaleras

Su color se la mudó.

--O has tenido calentura

o has dormido con varón.

--Ni he tenido calentura

ni he dormido con varón,

que se han perdido las llaves

de tu nuevo corredor.

--Las llaves eran de hierro,

de plata las haré yo,

que el herrero está en la fragua

y el platero en el mesón.

¿De quién es aquel caballo

que en la cuadra relinchó?

--Tuyo, maridito mío,

mi padre te lo compró.

--Dios se lo pague a tu padre,

que caballos tengo yo,

que cuando no los tenía

no me los compraba, no.

¿De quién es aquella espada

que en tu cuarto relumbró?

--Tuyo es, maridito mío,

mi padre te lo compró.

--Dios se lo pague a tu padre,

que espadas tengo yo,

que cuando no las tenía

no me las compraba, no.

¿De quién es aquel sombrero

que en tu cuarto veo yo?

Al oír esta pregunta

La esposa no contestó.

--¿Quién es ése que en tu cuarto

sin el mi permiso entró?

Al verse ya descubierta,

de rodillas se postró.

--Mátame, marido mío,

que bien lo merezco yo.

--No te mato, no, mi vida,

no te mato, no, mi amor,

que mientras vivas vencida,

venciendo yo siempre estoy.

Y con la faz descompuesta

de su casa la sacó,

y la cogió por un brazo

y a su padre la llevó.

 

 

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