NARRACIÓN ORAL E IDENTIDAD

 

por Marilú Carrasco (México)

 

La invitación a participar en esta web de reflexión, me ha provocado más preguntas que respuestas, más dudas que certezas, y lo agradezco porque finalmente estas iniciativas nos permiten un espacio para pensar y compartir nuestras inquietudes y experiencias.

Me interesa hurgar en el tema de narración oral e identidad, justamente en una era de globalización donde se comparten diversas manifestaciones culturales y donde también se imponen las culturas hegemónicas.

En primer lugar me pregunto qué significa el término identidad. Y ahí me contestan un sin fin de voces desde las ciencias sociales. La identidad siempre está vinculada al conjunto de relaciones sociales, las cosmovisiones, la lengua, la religión, el arte, los usos, costumbres y saberes. Estos factores son interiorizados de una forma específica, distintiva por los miembros de una comunidad relacionados los unos con los otros y a su vez en relación con otras comunidades. La identidad cultural establece la distinción entre yo y nosotros, entre nosotros y los otros.

En el proceso mismo de desarrollo de la personalidad el ser humano va construyendo y encontrando conjunto de lazos y descubrimientos dentro de sí mismo y en su relación con los otros. Desde la infancia temprana el niño o la niña empieza a conformar su identidad al ser parte de un núcleo familiar (y recordemos que hay varios tipos de familia, no sólo la tradicional) que a su vez forma parte de una comunidad con determinadas costumbres y lenguaje.

"Emergemos al ser por el lenguaje. Desde la cuna nos vamos entretejiendo como humanos en una relación íntima con las palabras y los gestos. Todo nos habla y no cesamos de aprender significados, todo nos llama con palabras y gestos. Nada más ni nada menos, estamos en medio de la palabra y estamos constituidos por ella" (Daniel Prieto Castillo, educador uruguayo)

La palabra también es caricia. Cuántas rimas, refranes, dichos, versos, canciones, adivinanzas y trabalenguas nos han acompañado desde nuestra niñez y se ligan a recuerdos placenteros: a la reunión familiar, donde los mayores nos hacían repetir juguetonamente "por aquellos montes, por aquellos cerros tengo un nidito de pájaros negros, anden muchachos vamos a verlos, ya estarán grandes, ya estarán negros, ya serán pajaritos voladores, uchi uchi uchi."

Dicen los psicólogos que la identidad tiene una estructura tanto racional como emocional. Los recuerdos de los sonidos, los aromas, los sabores, las imágenes y sus colores, actúan con nuestra racionalidad.

Yo recuerdo las tardes cuando, siendo pequeña, visitaba a mis abuelos. Toda la familia se sentaba en el patio de la casa bajo los árboles de papaya y de higo, a esperar que cayera la noche, mientras el ambiente se iba llenando del olor a café recién tostado. Entonces mi abuela cantaba alguna canción en lengua otomí, y mi abuelo contaba historias, anécdotas, sucedidos mientras los nietos escuchábamos arrobados, cobijados por la inmensa ternura de las palabras, de las risas, de los brazos que nos rodeaban amorosamente cuando se contaba un cuento de brujas o de aparecidos. Para mí esas vivencias tienen que ver con lo que soy, con mi gusto por contar, con mi sensibilidad y aún con las expresiones coloquiales que uso en mi hablar cotidiano. La memoria de esas vivencias me da un sentido de pertenencia.

 

La lengua como expresión cultural e identitaria

La lengua, la palabra, es un atributo fundamental en la identidad de un grupo humano.

Por ejemplo, en la cosmovisión de la cultura maya, es la palabra la que crea al mundo, como nos lo dice este fragmento del Popol vuh, el libro sagrado de los mayas quiché:

"Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, ni cuevas, barrancas, hierbas ni bosques. No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.

Llegó aquí entonces la palabra , vinieron juntos(los dioses) Tepeu y Gucumatz, en la obscuridad, en la noche, y hablaron entre sí, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento.-¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe [el espacio], que surja la tierra y que se afirme!- Así dijeron .- ¡Que aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado-. Así dijeron."

Desde tiempos remotos, la gente se reunía alrededor del fuego donde se contaba cosas y se recreaba la lengua. Eran los narradores quienes conservaban y transmitían la historia y los hechos importantes. Así se explicaban los fenómenos de la naturaleza, se establecían normas de convivencia, se transmitían valores humanos, se hablaba de la vida, del amor y de la muerte. Durante muchos siglos, en las diversas sociedades, la palabra hablada fue la manera principal de transmitir la cultura y cohesionar a los individuos haciéndolos partícipes de una comunidad.

Y ahora en nuestra era de realidad virtual ¿qué sucede? Alguien me preguntaba si la palabra hablada sigue teniendo el mismo valor que en las sociedades rurales, No lo sé de cierto. Sí me doy cuenta de que los niños y niñas, los jóvenes, viven bombardeados de imágenes, de videojuegos, de juguetes máquina, de programas televisivos donde impera la violencia gratuita y los mensajes publicitarios que banalizan al ser humano, y lo convierten en un consumidor, y a sus sentimientos en objetos de usar y tirar. La gravedad es que el Estado, al menos en México, carece de políticas culturales que favorezcan el fortalecimiento de nuestras identidades frente al embate de los medios electrónicos cuya misión parece ser imponer una uniformidad de pensamiento y acción desarraigándonos de nuestras pertenencias culturales.

Sin embargo y pese a todo, advierto que a la gente le gusta escuchar, le gusta oír historias, le gusta compartir ese momento único e irrepetible cuando la voz de un narrador o una narradora le abren las puertas de la imaginación, al igual que la fórmula mágica ¡Ábrete, S ésamo! abría la cueva de los tesoros en el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones.

Y es que este gusto de escuchar cuentos despierta la memoria colectiva y su sabiduría ancestral, porque en ellos se guarda el espíritu de los tiempos, la voz de generaciones con todo aquello que significa ser parte de un pueblo. Los cuentos son la llave que nos muestra el tesoro de la experiencia e imaginación de nuestros antepasados quienes, igual que nosotros, se ocupaban de su trabajo, del canto y el baile, amaban, contaban historias y celebraban la vida.

Ahora bien ¿la narración oral puede generar un sentimiento de identidad? ¿Puede ayudar a que los miembros de un determinado grupo social se reconozcan como tales, a partir de referentes simbólicos presentes en la narración?

Creo que sí. En alguna ocasión presentamos un espectáculo de cuentos de tradición oral de distintas regiones de México a un grupo de niños y niñas provenientes de varios pueblos indígenas, personas bilingües que se expresan en su propia lengua y en español. La respuesta fue extraordinaria, había una absoluta conexión entre los cuentos y ellos, tal vez fue por la cantidad de referentes simbólicos contenidos en estas narraciones a saber: la vida cotidiana de un pueblo de pintores nahuas con sus costumbres y rituales, El conejo y el coyote en el eterno enfrentamiento de la astucia contra el abuso, igual que en la vida real se da entre los desposeídos y los poderosos, la lucha de los animales pequeños por hacerse respetar. Salve decir que el gozo producido en los espectadores fue directamente proporcional al placer de las narradoras, pues realmente se había producido un momento de identificación total.

Decía el escritor mexicano Edmundo Valadéz que "el cuento es un género que contiene, para cualquier país, una tradición muy honda; es un medio para recoger su circunstancia, su modo de sentir, su modo de pensar, sus personajes, su geografía, su modo de hablar, su idiosincrasia. Y produce un impacto, una satisfacción, la suma felicidad. Ésa es la maravilla del cuento, de un buen cuento."

Esta es ni más ni menos la importancia, la función de la narración oral y también la responsabilidad que tenemos los narradores orales en la transmisión de los valores éticos y culturales que dan sustento a nuestras identidades.

Y digo responsabilidad porque lo que contamos, la selección del repertorio, los recursos escénicos, el lenguaje utilizado, la riqueza y belleza de las palabras influye en la sensibilidad de nuestros oyentes sobre todo si son infantes, en la configuración de su imaginario y en el conocimiento y la reflexión de sí mismos y de su entorno.

Concluyo que la narración oral es una herramienta ideal, necesaria para la creación y recreación del yo, del nosotros y , como dice Cuauhtémoc Rivera, libre de sistemas de control, de discriminaciones, de prejuicios y miedos, y permeada de la herencia de nuestros abuelos y padres, de sus y nuestros amores, desamores, ilusiones y utopías.

 

Enviado para la Red Internacional de Cuentacuentos por su autora, Marilú Carrasco.

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