Castillos en la arena

por Iván Trasgu

 

Disfrutaba construyendo su enorme fortaleza indestructible de arena a orillas del mar. La marea subió y el niño luchó con todas sus fuerzas para que el mar no le arrebatara su preciada creación con las embestidas de las olas, pero fue inútil, el mar venció. Siempre lo hace.

No dejó ni rastro de lo construido, simplemente arena, como toda la de aquella playa.

El niño lloró desconsolado de impotencia y también de rabia frente a su primer enemigo.

Gritó, maldijo, insultó, pegó patadas, incluso hasta escupió.

Cuando cayó exhausto y derrotado en la arena, permaneció quieto, en silencio, observando aquélla inmensidad. Fascinado por su grandeza.

Bañó el cuerpo en sus aguas y se despojó de la arena, prometiéndose a sí mismo que nadie, excepto el mar, desharía jamás aquello que se propusiera hacer en la vida.

Cuando sus padres le reclamaron, cogió un frasco, metió en él un poco de agua marina, un puñado de arena y lo conservó hasta su edad adulta como recuerdo de aquél momento tan especial.

El pequeño era ahora un hombre de notable prestigio al que todo el mundo respetaba. En sus momentos de soledad, gustaba de observar aquél frasco de vidrio en que se albergaba su razón de ser, su fuente de motivación: el secreto de su éxito:

- Todo lo que soy se lo debo a este recuerdo -- se decía.

Un día aquél frasco de vidrio se rompió, derramándose todo el contenido por el suelo de la habitación. El hombre ya no estaba allí, sin embargo, un niño se acercó a la orilla del mar y pensó en construir una enorme fortaleza indestructible de arena a orillas del mar.

Todos los niños el niño, todos los mares el mar. Y así, la Naturaleza enseña a los humanos magníficas lecciones de vida:

 

Castillos de arena son nuestros sueños,

aguas marinas la imaginación.

Hay que dejar que los niños jueguen

hasta que desaparezcan las orillas del mar.

 

Autor: Iván Trasgu

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